17 noviembre, 2009

Creo que escribirme es escaparse.
No desde el lugar que se dice nombre o poema o palabra. Todos esos signos no son más que heridas que alimentan al ciego. El tacto del verbo se hace noche, desciende a mi oído, silencia el cuerpo que ama sin conocer al hombre.
Y todos los gestos que se abren como si el número no fuese infinito mienten. Todo el deshacerse continúo del grito ya he dajado atrás la pregunta por lo que significó la pregunta. Ahora soy sorda y muda. Ahora soy piel de alabastro hundida en la arena del mar que se arranca la espina. Nadie envenenó mejor al mundo que su primera Esfinge: la palabra. Somos animales con lenguas de trapo que se descosen en el desierto. Cada uno de los espacios vacíos de aquel terremoto imperceptible son hilos de significados.
Y muero por decirme más allá de todo lo que puedo nombrar.Y muero más allá de la sed y de la soledad que existe en el centro del verbo, donde los palacios son cristales que al final nunca sangran, donde los cuerpos que se aman no se entienden más adentro del mundo que se extingue antes de que nadie sepa porqué enterrarlo.

1 comentarios:

Blogger Pez Susurro ha dicho...

cada espacio vacío
es gobernado por una luna menguante
que te nombra a cada sílaba invisible

18 de noviembre de 2009, 15:22  

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